Hace ya demasiado tiempo, cuando la Luna iba viajando por el
cielo, dio un pequeño traspiés en su viaje.
Yo llevaba viviendo en esa Luna una vida placentera y tranquila desde antes de que el mundo fuera mundo siquiera y aquello provocó el primer tropiezo de mi larga vida, con ese tropiezo di un paso en falso y caí hacia la Tierra.
En mi caída el fuerte viento tiró de mi gruesa capa de estrellas hasta arrancármela y su frío secó mis alas de pluma y me redujo a un pequeño ser encogido y aterido. Mi caída en aquel suelo fue tan dura que no pude evitar echarme a llorar, un mal comienzo para aquella nueva vida.
Viví mis primeros años sin darme ni cuenta, ofendida y ofuscada por tener que pasarlos en aquel mundo frío, gris y triste.
En un mundo sin primaveras. Incluso ahora he vivido aquí diecinueve inviernos, unos dieciocho veranos pero ni una sola primavera. El invierno congela las flores en sus capullos y el verano las achicharra sin piedad antes de que hayan tenido tiempo de brotar como es debido. Es tan triste...
Ese tiempo fue el más difícil. Sentía vergüenza de tener que vivir así, con lo que yo había sido, sentía añoranza de mi casa y sentía todavía más vergüenza de ser capaz de sentir...Así que, antes de que ese mundo me cambiara decidí cerrar los ojos a él. Mantuve abiertos los ojos de la cabeza pero cerré totalmente los del alma que son los realmente importantes y viví en un mundo de ensoñaciones de lo que había perdido para protegerme de este otro mundo. Demasiado extraño. Sucio. Donde nadie puede volar salvo los pájaros y todos deben vivir arrastrándose para sobrevivir, luchando cada paso y cada aliento.
Pero a pesar de todo, en mi cabeza y con el tiempo comenzaron a arraigar semillas y a crecer y dar sus frutos: deseos, sueños... cosas que yo no había conocido nunca antes y que me habrían parecido estúpidas. Así yo también tuve que crecer para dar cabida a aquellas malas hierbas ¡Qué deshonra! Tener que crecer... ¡Yo, que llevaba siendo niña durante siglos!
Por esto hace (demasiado) poco tiempo, cuando ya fui casi adulta y demasiado mayor para esas niñerías tuve que dar por terminada mi rabieta y abrir con cautela uno de los ojos del alma. Lo que vi me dejó tan sorprendida que desperté de golpe y porrazo a esta realidad y ahora llevo esos ojos siempre abiertos, incluso cuando los otros descansan.
Ahora vivo en este mundo mientras la Luna vaga oculta. Observo todo y trato de comprender. También sigo soñando pero con los ojos abiertos porque es la única forma de no perder el Norte y trato de mantenerlo en secreto porque aquí no está bien visto soñar despierta.
Durante el día vivo, intento aprender y, cuando siento demasiada nostalgia, fabrico alguna primavera fugaz. Que nunca llega a crearse del todo y se marchita antes de florecer, pero deja un suave olor en mi piel.
Pero por las noches, cuando la Luna está muy alta en el cielo y me sirve de guía, cierro los ojos para concentrarme mejor y abro de par en par los del alma. Allí fabrico unas alas nuevas en sustitución de las que perdí y a falta de otro material las hago de sueños.
De sueños que paso a palabras y escribo en papel para hacerlos más fuertes, de imágenes grabadas a fuego en mi retina que pinto sobre ellos con lo poco que tengo a mano. Sé que son alas endebles pero, a falta de nada más las recubro con vivencias y sorpresas a modo de pegamento y con el tiempo se hacen cada vez más grandes. Sé que algún día cubrirán toda la tierra y entonces podré regresar.
A veces hago algún intento. Visto mis alas, me asomo a la ventana y echo a volar. Vuelo recto de cara a la Luna mientras la ciudad desaparece ahí abajo y me pierdo entre mares de nubes o me desespero con la calma chicha del viento del sueño.
Pero la Luna siempre sigue su camino antes de que yo pueda alcanzarla y entonces, perdida y sin rumbo, acabo encallando en las rocas de un mar de estrellas y aparezco como un náufrago en la mañana a orillas de una playa de sueños, de vuelta en la tierra.
Pero la verdad es que, en el fondo ahora ya no me importa igual que antes. Ahora que he aprendido a hablar con las mismas palabras que ellos y que para mí han empezado a tener sentido otras como nostalgia o soledad. Ahora que, en el fondo, soy tan humana que ya me da igual admitirlo porque no encuentro nada malo en ello.
Ahora algunas noches cojo mis alas y, en vez de elevarme, vuelo en vuelo rasante sobre los tejados y espió los sueños de las personas desde sus ventanas entreabiertas, me empiezo a dar cuenta de que ellos me importan.
Ahora que a veces fabrico primaveras por encargo y, gracias a eso puedo ver que hay gente que echa de menos la Luna tanto como yo, aunque nunca hayan estado allí.
Tal vez por eso y porque también he aprendido el significado de la palabra egoísmo (y no es uno que me guste) he decidido quedarme pero sin abandonar ni rendirme jamás.
He descubierto que las flores de la primavera prenden bien entre el cemento, en cualquier esquina donde haya algo de tierra e incluso en el alma y en la cabeza de las personas que lo permiten.
Porque ahora todas las noches hago vuelo rasante sobre los tejados y he aprendido a nombrar a la Luna en este idioma (ellos la pronuncian algo así como Libertad) y a llamarla entre susurros. Porque si yo me entrego a ella de esta forma sé que no me hará falta buscarla, que algún día me devolverá el favor y vendrá a mí. A nosotros.
Porque sé que este es el camino más difícil pero también el más justo. Sé que estoy luchando por un imposible, contra viento y marea y que eso será todo lo que podré hacer mientras viva aquí. Vivir una vida dura en un mundo gris pero lleno de luces, una vida que valdrá la pena...como la viven todos los humanos ¿Por qué será que ya no puedo sentir vergüenza de ello?
Yo llevaba viviendo en esa Luna una vida placentera y tranquila desde antes de que el mundo fuera mundo siquiera y aquello provocó el primer tropiezo de mi larga vida, con ese tropiezo di un paso en falso y caí hacia la Tierra.
En mi caída el fuerte viento tiró de mi gruesa capa de estrellas hasta arrancármela y su frío secó mis alas de pluma y me redujo a un pequeño ser encogido y aterido. Mi caída en aquel suelo fue tan dura que no pude evitar echarme a llorar, un mal comienzo para aquella nueva vida.
Viví mis primeros años sin darme ni cuenta, ofendida y ofuscada por tener que pasarlos en aquel mundo frío, gris y triste.
En un mundo sin primaveras. Incluso ahora he vivido aquí diecinueve inviernos, unos dieciocho veranos pero ni una sola primavera. El invierno congela las flores en sus capullos y el verano las achicharra sin piedad antes de que hayan tenido tiempo de brotar como es debido. Es tan triste...
Ese tiempo fue el más difícil. Sentía vergüenza de tener que vivir así, con lo que yo había sido, sentía añoranza de mi casa y sentía todavía más vergüenza de ser capaz de sentir...Así que, antes de que ese mundo me cambiara decidí cerrar los ojos a él. Mantuve abiertos los ojos de la cabeza pero cerré totalmente los del alma que son los realmente importantes y viví en un mundo de ensoñaciones de lo que había perdido para protegerme de este otro mundo. Demasiado extraño. Sucio. Donde nadie puede volar salvo los pájaros y todos deben vivir arrastrándose para sobrevivir, luchando cada paso y cada aliento.
Pero a pesar de todo, en mi cabeza y con el tiempo comenzaron a arraigar semillas y a crecer y dar sus frutos: deseos, sueños... cosas que yo no había conocido nunca antes y que me habrían parecido estúpidas. Así yo también tuve que crecer para dar cabida a aquellas malas hierbas ¡Qué deshonra! Tener que crecer... ¡Yo, que llevaba siendo niña durante siglos!
Por esto hace (demasiado) poco tiempo, cuando ya fui casi adulta y demasiado mayor para esas niñerías tuve que dar por terminada mi rabieta y abrir con cautela uno de los ojos del alma. Lo que vi me dejó tan sorprendida que desperté de golpe y porrazo a esta realidad y ahora llevo esos ojos siempre abiertos, incluso cuando los otros descansan.
Ahora vivo en este mundo mientras la Luna vaga oculta. Observo todo y trato de comprender. También sigo soñando pero con los ojos abiertos porque es la única forma de no perder el Norte y trato de mantenerlo en secreto porque aquí no está bien visto soñar despierta.
Durante el día vivo, intento aprender y, cuando siento demasiada nostalgia, fabrico alguna primavera fugaz. Que nunca llega a crearse del todo y se marchita antes de florecer, pero deja un suave olor en mi piel.
Pero por las noches, cuando la Luna está muy alta en el cielo y me sirve de guía, cierro los ojos para concentrarme mejor y abro de par en par los del alma. Allí fabrico unas alas nuevas en sustitución de las que perdí y a falta de otro material las hago de sueños.
De sueños que paso a palabras y escribo en papel para hacerlos más fuertes, de imágenes grabadas a fuego en mi retina que pinto sobre ellos con lo poco que tengo a mano. Sé que son alas endebles pero, a falta de nada más las recubro con vivencias y sorpresas a modo de pegamento y con el tiempo se hacen cada vez más grandes. Sé que algún día cubrirán toda la tierra y entonces podré regresar.
A veces hago algún intento. Visto mis alas, me asomo a la ventana y echo a volar. Vuelo recto de cara a la Luna mientras la ciudad desaparece ahí abajo y me pierdo entre mares de nubes o me desespero con la calma chicha del viento del sueño.
Pero la Luna siempre sigue su camino antes de que yo pueda alcanzarla y entonces, perdida y sin rumbo, acabo encallando en las rocas de un mar de estrellas y aparezco como un náufrago en la mañana a orillas de una playa de sueños, de vuelta en la tierra.
Pero la verdad es que, en el fondo ahora ya no me importa igual que antes. Ahora que he aprendido a hablar con las mismas palabras que ellos y que para mí han empezado a tener sentido otras como nostalgia o soledad. Ahora que, en el fondo, soy tan humana que ya me da igual admitirlo porque no encuentro nada malo en ello.
Ahora algunas noches cojo mis alas y, en vez de elevarme, vuelo en vuelo rasante sobre los tejados y espió los sueños de las personas desde sus ventanas entreabiertas, me empiezo a dar cuenta de que ellos me importan.
Ahora que a veces fabrico primaveras por encargo y, gracias a eso puedo ver que hay gente que echa de menos la Luna tanto como yo, aunque nunca hayan estado allí.
Tal vez por eso y porque también he aprendido el significado de la palabra egoísmo (y no es uno que me guste) he decidido quedarme pero sin abandonar ni rendirme jamás.
He descubierto que las flores de la primavera prenden bien entre el cemento, en cualquier esquina donde haya algo de tierra e incluso en el alma y en la cabeza de las personas que lo permiten.
Porque ahora todas las noches hago vuelo rasante sobre los tejados y he aprendido a nombrar a la Luna en este idioma (ellos la pronuncian algo así como Libertad) y a llamarla entre susurros. Porque si yo me entrego a ella de esta forma sé que no me hará falta buscarla, que algún día me devolverá el favor y vendrá a mí. A nosotros.
Porque sé que este es el camino más difícil pero también el más justo. Sé que estoy luchando por un imposible, contra viento y marea y que eso será todo lo que podré hacer mientras viva aquí. Vivir una vida dura en un mundo gris pero lleno de luces, una vida que valdrá la pena...como la viven todos los humanos ¿Por qué será que ya no puedo sentir vergüenza de ello?
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