viernes, 29 de mayo de 2015

El palacio de polvo

Él era quizás el hombre más rico del mundo, a pesar de que vivía en un castillo arruinado y cubierto de polvo.
Desde que el hombre más anciano del pueblo podía recordarél siempre había estado allí, viviendo encerrado en aquel inmenso castillo de la colina como en un mundo aparte.
Solo que antes el castillo se extendía como una montaña dorada por toda la colina, las torres eran tan altas que sus grandes agujas de oro se perdían en la panza de las nubes y las piedras usadas para hacer los torreones resplandecían incluso en el día más nublado. Los jardines del palacio estaban llenos de flores traídas de todo el mundo y cuando soplaba viento del Este sus aromas llegaban hasta el pueblo, aquel pobre pueblo de pescadores.
Probablemente fueran ese olor lo que hizo que un niño, una vez, entrara en el palacio, escalando el gran muro de piedra coronado con picas doradas. Por aquel entonces el palacio lucía en todo su explendor y el niño se perdió en los hermosos jardines admirando las extrañas flores.
Sería un jovencito de no más de siete años y pobre como casi todo el mundo en aquel pueblecito, vestía con ropa demasiado grande y llena de remiendos y estaba tan delgado que un viento fuerte podría haberle lanzado por el aire.
Anduvo hasta llegar hasta la pared del palacio y entonces fue cuando miró por una ventana entreabierta, lo que vio le dejó totalmente atónito, nunca había visto nada tan lujoso y menos en una misma habitación.
Así que entró.
Entonces se quedó allí, sin saber qué hacer, admirando todo aquello, a pesar de todo ni se le pasó por la cabeza intentar robar nada, simplemente continuó allí de pie...
Y allí le encontró el hombre cuando entró por casualidad, su primera reacción fue de sorpresa ya que nunca había visto nada tan sucio y ridículo, lo segundo fue un ataque de odio que hizo que su guardia expulsara al crío al grito de ladrón despues de arrastrarlo por los brillantes suelos del palacio. Despues de eso el hombre murmuró para sí que tendría que construir una muralla todavía más alta y pasó el resto de la tarde recorriendo las habitaciones del palacio, mirando todas sus riquezas sin verlas y prometiéndose a sí mismo que nadie de aquel ridículo pueblo pondría sus manos sobre aquel tesoro. Despues se fue a dormir y durmió extrañamente durante dos días de un tirón...
Cuando despertó un dolor horrible impidió que pudiera levantarse de la cama. Llamó a los mejores médicos pero nadie supo darle una respuesta y los días pasaban hasta que un hombre venido de muy lejos le diagnosticó que ese dolor se debía a una rotura en el corazón que, harto de soportar tantas injusticias, se había partido por la mitad...
A pesar de que el médico intentó todos sus remedios no pudo encontrar nada que pudiera curar un corazón roto asi que el hombre continuó como antes, casi no podía moverse y pasaba la mayor parte del día en su cama, no era capaz de tragar ningún alimento y se volvió delgado como un esqueleto pero no murió, porque las personas sin corazón no pueden morir.
Con el tiempo toda su guardia y su ejército de lacayos le abandonaron, hartos de sus quejas y mal genio y, cuando el último de ellos cruzó la puerta, el hombre cerró con llave la puerta de su habitación y se tumbó en la cama para no volver a salir.
El palacio se derrumbó a su alrededor, los jardines se secaron y la piedra sucia dejó de brillar, las riquezas se cubrieron de polvo y él continuó allí tumbado, bajo las sábanas apolilladas, viendo desaparecer lo único que le había importado en su vida.
Ahora le daba igual, a fin de cuentas, ya no tenía corazón...

martes, 19 de mayo de 2015

Nueva idea

A partir de ahora todas las fotografías que cuelgue acompañando a las historias serán ilustraciones hechas por mí.
¡Espero que os gusten!

lunes, 18 de mayo de 2015

Más allá del cristal


Dio otra vuelta entre las blancas sábanas, intentando encontrar una mejor posición en el colchón pero demasiados pensamientos incómodos aguijonearon su conciencia, impidiéndole dormir.
Se levantó y se acercó a la estrecha ventana. La abrió apenas unos centímetros, lo máximo que sabía que podría hacer ceder los goznes, y una ligera brizna de aire se coló por la hendidura, refrescando su piel ardiente. Miró a través del cristal hacia las luces del exterior y la acera lejana desde su décimo piso.
Y entonces la vio.
Apenas una silueta delineada entre las sombras de la noche. Llevaba puesto un suave vestido que flotaba a su alrededor con la fría brisa, pero ella parecía inmune al frío... Su pelo, de un extraño color cobrizo, caía en una cascada de bucles por su espalda, como si de una segunda piel se tratara.
Él notó que el aire, antes refrescante, le quemaba súbitamente la garganta y gruesas gotas de sudor resbalaron por su espalda.
Se acercó todavía más a la ventana a pesar del calor y empujó el cristal, casi con desesperación... Necesitaba estar cerca de ella con una intensidad que casi le asustaba, exactamente igual que las otras veces. No recordaba exactamente cuándo era la última vez que la había visto antes de que ellos les apartaran...pero hasta ese momento había pensado que no volvería a verla.
Pero tal como lo suponía el cristal no cedió ni un milímetro. Se dejó caer rendido contra la ventana mientras recordaba todas las veces que había intentado escapar de allí y el frío del vidrio refrescó su piel, haciendo que volviera la poca lucidez que le quedaba y provocándole un escalofrío por el frescor o por un extraño miedo.
Se dio la vuelta como hipnotizado y miró con desesperación hacia esa ventana que se había convertido en su cárcel. Sin pensar en nada arrastró su cama con fuerzas desconocidas hasta ponerla delante de la puerta, no pensaba permitir que ellos interrumpieran ese momento.

Esta vez no...

Cogió una silla y arremetió contra el cristal con las fuerzas de su rabia, el cristal comenzó a ceder y se formaron pequeñas grietas, extendiéndose como telarañas.
Entonces la vio.
Frente a frente, su largo pelo flotaba a su alrededor como una aureola, tenía los ojos azules como piedras preciosas y le miraba con una media sonrisa, llamándole sin tan siquiera hacer un gesto. Una pequeña porción de su cerebro, la única que conservaba algo de lógica fue consciente de que la joven se encontraba flotando en el aire a varios metros de altura, pero él la ignoró.
Un golpe más...y el cristal saltó por los aires.
Ahora la tenía allí, a apenas unos pasos, tan perfecta que ni siquiera podía ser real...
Pero no le importó.
Sacó medio cuerpo a través del cristal roto, tambaleándose al borde del abismo y enredó sus dedos en el pelo de ella, tan suave como la seda, acarició su piel y se sorprendió al encontrarla fría como el hielo, tan fría que pareció quemar sus manos.

Seguía estando demasiado lejos y sin pensar un segundo subió a la ventana, apoyando los pies sobre el marco y clavándose las esquirlas de cristal, aunque ni siquiera llegó a sentir el dolor cuando vio su sonrisa.
Sus labios se fundieron en un beso y el no pudo dejar de acariciar aquella piel suave pero tan fría, sintió como los brazos de ella se enlazaban con fuerza en su espalda mientras en sus pies se clavaban esquirlas de cristal frío pero casi ni le importó. Si se apartaba de ella un solo instante sentía que la sed le abrasaría.
Sus labios se separaron y sintió que ella se alejaba, solo pudo retener sus manos un segundo y sintió el dolor en sus ojos.
No soportaba que ella estuviera triste.
Saltó.
Sus pies dejaron de tocar la seguridad de su habitación para no tocar nada en absoluto, suspendido en el abismo y sostenido por sus brazos.
Se fundieron como si no hubiera diferencia entre sus cuerpos, totalmente entrelazados.
Él, en mitad de aquel placer, notó algo extraño, el pelo de ella ya no parecía suave entre sus dedos sino áspero como lija y cuando abrió los ojos los suyos le devolvieron otra mirada, esos labios perfectos encogidos en una mueca.
Él la reconoció porque ya la había visto antes, muchas veces...y también recordó porqué estaba allí. En un último segundo lo comprendió todo y por primera vez tuvo miedo, pero ya no había marcha atrás.
Ella se lo quitó de encima con una risotada seca, apartándolo de su cuerpo y sujetando solo sus manos con las de ella, con fuerza sobre el abismo y sonriendo mientras él la miraba, suplicante.
Entonces con una mirada burlona le soltó y él ya no pudo oír nada más que su risotada seca mientras caía...

***

Oyeron los ruidos y después los gritos pero no consiguieron echar la puerta abajo hasta casi una hora más tarde, en ese momento ya sabían lo que se iban a encontrar pero no pudieron evitar horrorizarse.
Voces asustadas que venían del pasillo y otras más calmadas que intentaban mantener la profesionalidad.
Cuando echaron la puerta abajo las voces enmudecieron de pronto. Entraron en la habitación tres hombres con batas de medico.
"Pero ¿Cómo es posible? Parecía que estaba casi recuperado..." el más joven miró a su alrededor con los ojos desorbitados: la ventana rota, los cristales manchados de sangre, los primeros rayos de un amanecer gris sucio que alumbraban un cuerpo caído diez pisos más abajo, como una marioneta rota...
Otro de los hombres con batas, más mayor, miró al anterior con una triste sonrisa "una recaída...ya no hay nada que se pueda hacer...
La locura le  ha vencido.

viernes, 1 de mayo de 2015

Si se callara el ruido


 
Tal vez, si se callara el ruido
veríamos más allá de las palabras.
De frases tantas veces dichas
que  no significan ya nada.

Por encima del miedo que nos imponen,
de las fronteras y las murallas.
Poder ver más allá de ese muro
de las barreras que nos separan.

Porque en un Madrid gris de tedio,
de calles frías de escarcha.
Miradas de autómatas fijos.
Hay una llama que no se apaga.

Queda aún un rescoldo del fuego
y no ganarán mientras arda

Mientras quede resistencia,
una luz en cada casa.

Niños gritando en la calle
Y un clavel crezca en la plaza

Y ahora que estamos despiertos
debemos ponernos en marcha
Porque aunque el camino sea largo,
aunque no se vea donde acaba.
Aun queda un sueño posible
que aguarda con esperanza

Tal vez
cuando se calle el ruido
Pero
¿Y si no se escucha ya nada?