Despierto cuando las primeras luces del amanecer se filtran por el cristal sucio y empolvado del techo y tengo que reunir el escaso coraje que me queda para abrir los ojos sabiendo lo que me voy a encontrar.
Una estrecha celda en penumbra, barrotes, paredes grises y sucias y un suelo duro y frío. Miro a mi alrededor y noto como se apodera de mí la desesperación mientras la sensación de libertad de mis sueños se diluye lentamente. Quiero tumbarme a dormir de nuevo, quiero dormir toda la vida para olvidar donde estoy y sentirme libre otra vez.
Calculo que será la misma hora de todas las mañanas, la rutina todos los días repetida al milímetro, sin la mínima variación: una comida al mediodía, las luces de apagarán después del anochecer...
Oigo ruidos de otros despertares a mi alrededor, de presos que ni siquiera he visto pero que nunca he visto pero que son casi mi única compañía: gritos, gemidos de desesperanza...
Ni siquiera se cómo de grande es este lugar pero mi mente lo imagina infinito, inexpugnable. Horrible.
Desde que llegué aquí he salido al exterior en contadas ocasiones, chequeos rutinarios...parece que no les interesa que me apague demasiado pronto, que no me dejarán morir...no sé si eso me consuela...
A pesar de eso atesoro cada salida como lo más valioso que tengo. Sentir la luz del sol aunque sea un corto tiempo y el aire correr sobre mi piel...aunque incluso el aire sea distinto de como lo recuerdo allí, incluso el Sol parece alumbrar menos.
Recuerdo por un instante. Lo tenía todo, me lo había ganado y jamás pensé que podría perderlo. Era el Rey de mi propio reino y nadie habría osado jamás desafiarme, no había perdido una pelea en toda mi vida y mis fuertes músculos y mis cicatrices eran prueba de ello...
Y entonces lo perdí todo, acabé aquí...no lo ví venir ni tuve oportunidades de defenderme.
Me encerraron tras estos barrotes y al principio luché a la desesperada, ataqué contra ellos con toda mi fuerza...
Aunque claro, eso fue antes de conocer el dolor y el miedo...ahora mis músculos son lacios y débiles y yo ya no soy ni una sombra de lo que fui en el pasado...
Miro hacia el poco cielo que se entrevé entre el cristal sucio y mientras el coro de sollozos y gemidos crece a mi alrededor me hago de nuevo la misma pregunta
"¿Cuál fue mi delito?"
Ni siquiera ahora lo se, no hubo nadie que me leyera mis derechos inexistentes ni un tribunal que juzgara una falta invisible...
Aquí nadie conoce sus delitos. Es posible que ni siquiera existan o que fueran algo inevitable. Nuestra propia naturaleza.
Pretenden hacernos seguir unas leyes que no son nuestras. Ni conocemos ni podemos entender...Se atreven a acusarnos de amorales y tal vez tengan razón. Pero yo, con el tiempo, comprendo la Justicia. Y se que esto no es justo.
No lo es.
Me levanto y doy unos pocos pasos, suelo de tierra y unos cuantos matorrales dispersos aquí y allá. Esa vista me enfurece de pronto "¿Es que acaso me toman por idiota?" rujo al aire ¿creen que esos matorrales pueden sustituir la sensación de mi antigua tierra, la hierba infinita en todas direcciones? ¿Que la carne tibia de cada mediodía tiene comparación con la sensación de devorar una presa, todavía caliente?
Un viento helado penetra en mi celda y me hace temblar. Ni siquiera mi melena, antes espesa y mullida, puede protegerme de ese viento extraño y frío. Me levanto de nuevo y rujo contra ese viento "¿Por qué esta condena? ¿Cuál es mi delito?" pero el viento, que es libre, decide seguir su camino sin contestarme.
Unos babuinos me hacen muecas de burla protegidos detrás de su foso y noto que el rugido se transforma en un gruñido de rabia.
Malditos humanos.
Me llaman Rey de la Selva pero pretenden que les sirva de bufón...
Yo. Que aún encarcelado soy más libre de lo que ellos nunca llegarán a ser. Son ellos los que deberían de estar detrás de los barrotes, los que creen que la tierra puede comprarse, venderse y dividirse con líneas sobre un papel. Los que crean sus estúpidas leyes y pretenden que hasta la Madre Naturaleza se amolde a ellas. Quieren poseer la Tierra expulsándolos a todos nosotros de ella. Ser sus dueños aunque haga falta matarla para ello.
Pero yo no me doblegaré. Todavía me queda mi orgullo, por ahora...
Me recuesto sobre mis zarpas e intento recordar. La sensación de la tierra bajo mis patas, el viento sobre mi piel...
Me dará fuerzas para aguantar esto un día más.
O por lo menos eso espero...
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