sábado, 19 de marzo de 2016

Bleu

Enciendo los controles de mi nave y me siento en la pequeña sala de control, perdida en la inmensidad del espacio.
Me relajo sobre el asiento y observo por la ventana. Llevo años viviendo así, saltando de planeta en planeta y aún así todavía no me he acostumbrado a la belleza del espacio.
Recuerdo cuando sólo era una cría, una niña perdida sobreviviendo como podía en la calle, en mitad del polvo, pequeña e invisible, en un planeta demasiado grande para que nadie la viera a ella y queriendo escapar al espacio más grande todavía.
Recuerdo como al caer cada tarde subía a la colina más alta de la ciudad y me sentaba a ver las grandes naves de transporte despegar hacia el horizonte. Cuando la noche ya había caído las estelas de las naves al pasar a hipervelocidad parecían estrellas fugaces y yo me quedaba allí mirando sus luces hasta que alguien me echaba a patadas o caía dormida de agotamiento y soñaba con otros mundos lejanos a los que pensaba que nunca llegaría.
Río con suavidad al recordar eso, era una niña tan inocente y estúpida, tan débil. Casi tanto como la que después pensó que podría renunciar a quién realmente era por cumplir su sueño y salir de allí, la que pensó que podría luchar por la justicia sin haber visto en su vida nada que fuera justo. A veces todavía me pregunto cuánto queda de esas personas en mí, soy demasiado joven para haber vivido tantas vidas y todavía me queda tanto por aprender, tantos planetas que visitar...
Corrijo el mando de la nave y pongo rumbo hacia algún planeta lejano, un diminuto punto anaranjado en la inmensidad. Suspiro con satisfacción. Ahora tengo la vida que siempre desee y, aunque nunca la imaginé tan dura, soy feliz con ella.
He sido muchas personas pero prefiero que me llamen simplemente Bleu. El nombre que me pusieron unos viajeros cuando todavía vagaba perdida sin un propósito fijo, tenía la manía de mirar hacia las estrellas, el pelo de color negro azulado y los ojos como dos trozos de cielo, aunque para entonces ya habían comenzado a cambiar y oscurecerse. Ahora mi pelo es más azul que negro y mis ojos son como dos estrellas amarillas.
Vago por esta galaxia cruzando inmensidades de oscuridad en mi pequeña nave, luchando contra todas las injusticias que me encuentro en mi viaje ya que parecen no importarle a nadie más. Se que es imposible que una única persona pueda marcar la diferencia y cambiar algo, por eso ya hace tiempo que dejé de luchar por los demás. Ahora lucho sólo por mí.
Recuerdo la primera vez que te conocí, me miraste con esos ojos tuyos tan inocentes a pesar de haber visto tantas cosas y me dijiste que esa no era manera de vivir, yo solté una risotada. Como si alguien como tú pudiera llegar a entenderlo, con ese ridículo sentido del honor y esa manera de ver el mundo en blanco y negro.
Ese fue el primero de otros encuentros por pura casualidad: en un planeta desierto, en una ciudad perdida... Se que por muy distintos que seamos tú serías el único capaz de entender esta necesidad de viajar sin un rumbo fijo, sin un lugar al que volver. Se que tu también la has sentido y por eso en cada encuentro no abandono la esperanza de que decidas dejarlo todo y venirte conmigo. Se que es una esperanza absurda, que somos demasiado distintos pero aún así...
Aterrizo mi nave al borde de un lago en un lugar desconocido, un sol se pone sobre el horizonte mientras el lago brilla con la luz de otro sol ya desaparecido. Yo miro hacia el infinito apoyada contra el costado de mi maltrecha nave, perdida en mis pensamientos hasta que el pitido de mi copiloto, un pequeño androide blanco, me saca del ensimismamiento. Parece mirarme con preocupación y le respondo con una pequeña media sonrisa.
Una luz blanca brilla en el cielo sobre el lago, tal vez una estrella fugaz o el destello de tu nave al entrar en la atmósfera. Mi sonrisa se amplía un momento mientras intento ignorar esa esperanza absurda. Aunque supongo que nunca se sabe, antes habría dicho que el destino es una idea absurda. Ahora ya no estoy tan segura.